Una mañana te levantas. Te levantas feliz, crees que tu vida no puede ir a mejor. Tienes los mejores amigos que jamás hayas podido tener, te ríes, recuerdas todos aquellos viejos momentos y sonríes.
Conoces gente nueva y amplías tu círculo de amistades. Notas que la gente te quiere, te hace caso, se ríe contigo... Crees que formas parte de algo y que tu sitio es ese.
Sí, este es el mejor momento de tu vida.
Y es en ese preciso momento cuando algo falla.
Sientes que tu vida se cae a pedazos. Tu vida es un puzzle y las piezas se han deformado, ya nada encaja.
Sientes que te utilizan y que has sido utilizada... entonces, ¿para qué tener amigos así?
De repente te vienen imágenes a la cabeza de todo lo vivido, todas las vivencias y momentos juntos y piensas que quizás no sea para tanto.
¿Y qué haces?
Lo olvidas. Haces como que no ha pasado, este momento nunca ha existido.
Lamentablemente esta es la decisión errónea.
Te torturas. A partir de esa decisión te despiertas cada día malhumorada, triste, confusa de si estás haciendo lo correcto.
Y vuelves a pensar en todo aquello, no quieres que termine.
Te mientes a ti misma. Te convences de que todo va bien y tu vida es perfecta. Escondes tu sentimientos y te pones una máscara.
Es ahora cuando comienza la dura e interminable batalla... ¿Razón o sentimientos?